Ejea
HISTORIA DE EJEA
La Historia de Ejea de los Caballeros es la de una villa aragonesa y la de un territorio ubicado en un cruce de caminos por el que han pasado muchas y diferentes culturas. Por eso su nombre ha ido adaptándose al paso de los tiempos y de sus pobladores: Sekia, Segia, Siya, Exea y, por fin, Ejea de los Caballeros. Ejea, a lo largo de las distintas épocas de la historia, se convertirá en un ir y venir de culturas, conformando un rico y variado patrimonio.
PREHISTORIA E HISTORIA ANTIGUA
Hace más de 10.000 años el entorno que hoy ocupa Ejea estaba poblado por hombres y mujeres que recorrían los territorios en busca de recursos que la naturaleza les ofrecía para abastecerse. En un principio, fueron grupos nómadas que poco a poco se fueron asentando en poblados. Los nuevos avances técnicos, así como la implantación de la agricultura y ganadería en el periodo Neolítico, supusieron una revolución económica.
En Ejea de los Caballeros existen yacimientos del Calcolítico o Edad del Cobre, con la aparición de restos de cerámica campaniforme en “La Huesera”, “Cerro Vicario” o “La Valchica”. En este último yacimiento se encontraron 21 hachas planas de cobre de muy buena calidad. De la Edad del Bronce, destaca el yacimiento de “Piagorri I”, en la Marcuera, donde se encontraron diferentes placas de piedra pulimentada que formarían parte de una especie de muñequera de brazo para la protección de los arqueros. Hay también vestigios de otras épocas prehistóricas, como la Edad del Hierro.
Gracias a la epigrafía y a la numismática conocemos la existencia de población indoeuropea en Ejea y su entorno. Hacia el 600 a. C., uno de esos pueblos, los suessetanos, estarían ubicados en gran parte de nuestro territorio, este de Navarra, y tal vez la Hoya de Huesca. Aquí construyeron la pretérita Ejea, que estos pobladores prerromanos llamaron Sekia.
Los suessetanos debieron sucumbir al impulso invasor de los romanos hacia el año 184 antes de Cristo. Los romanos reocuparon el territorio ejeano, renombrándolo: ahora era la Segia romana. Y emprendieron una intensa labor colonizadora. La calzada Zaragoza-Pamplona se constituyó en la columna vertebral de ese proceso. Los romanos se aprovecharon de las condiciones innatas de Ejea para el cultivo del cereal y la ganadería, y extendieron una red de vías secundarias que daban acceso a las villas y los asentamientos de la población.
La presencia de los romanos en lo que hoy es Ejea de los Caballeros está atestiguada por la abundancia de numerosos restos arqueológicos: lápidas funerarias, cerámica, ánforas, tramos de calzada, miliarios como el de Sora, datado en el año 9 a. C., restos de pavimentos de calles en el barrio de La Corona, los utensilios de la vida cotidiana como vasijas, platos y jarras, restos de hornos y sellos alfareros, un grafito en forma de laberinto y construcciones hidráulicas, como el azud de Arasias.
El valor de los pobladores de Segia se reflejó en un acontecimiento del que los historiadores romanos dejaron buena nota. Sosinadem, Sosimilus, Urgidar, Gurtarno, Elandus, Agirnes, Nalbeaden, Arranes y Umargibas. Estos nueve guerreros segienses, los primeros ejeanos de los que conocemos su nombre, formaron parte del «Escuadrón Zaragozano» que el Imperio Romano reclutó en tierras extranjeras para luchar en la Guerra de los Aliados, en el año 88 a.C. Estos primeros ejeanos demostraron un valor destacado en el asedio de la ciudad de Ascoli. Por eso, en el año 89 a.C., Roma los distinguió con la concesión de la ciudadanía romana, siendo la primera vez que los romanos la daban a guerreros extranjeros. Sus nombres aparecen en el Bronce de Ascoli, que se encuentra en el Museo Capitolino de Roma.
EDAD MEDIA
La Edad Media es la época en la que aparece configurada la Ejea que pervivirá a lo largo del tiempo. El asentamiento precedente se convierte ahora en un punto estratégico de primer orden en la estrategia militar, primero para los musulmanes y luego para los reyes aragoneses. Estos fundan una villa de realengo, dotada de privilegios de libertad y autogobierno. Pronto se desarrolla un próspero enclave económico, con una población infanzona celosamente defensora de sus prerrogativas, y que tendrá un destacado protagonismo en la vida del reino aragonés.
La caída del Imperio Romano supuso para Ejea un periodo de decadencia. A partir del año 545 su territorio entró en un proceso de desertización demográfica y de disminución del tono de la vida socioeconómica. La zona de Ejea quedó bajo el dominio de un terrateniente hispanorromano, el Conde Casio. Su poder abarcaba desde las tierras ejeanas hasta la vecina Tudela, en lo que hoy es la Ribera de Navarra. Se trataba de un amplísimo territorio en el que la explotación cerealística y la ganadería eran las principales actividades económicas.
Los musulmanes llegaron hasta los límites ejeanos en el año 714, solo tres años después de su desembarco en la Península Ibérica. Se encontraron con un país desunido y débil, por lo que no hallaron demasiada oposición en los que aquí ya vivían. Por lo que se refiere a Ejea, los musulmanes se toparon con una zona dominada por el Conde Casio. Aplicando una política de conversión no violenta, los musulmanes llegaron a un pacto con el Conde: éste y su familia se convirtieron al Islam, manteniendo todas sus posesiones, pero rindiendo pleitesía al nuevo poder instalado. De este modo, nació la dinastía muladí de los Banu Qasi, que intentó siempre conseguir la primacía política y la independencia de la Córdoba omeya, aunque para ello tuvieran que traicionar a sus nuevos hermanos musulmanes y pactar con los cristianos.
El núcleo de población más importarte de la zona fue Ejea. Los musulmanes, como antes los romanos, le volvieron a cambiar el nombre: ahora iba a llamarse Siya. La Siya musulmana ocupaba urbanísticamente parte de lo que hoy es el barrio La Corona, el lugar más alto y mejor defendible. Los musulmanes concibieron a Siya como un emplazamiento estratégico militar, de control de los reinos y condados cristianos aragoneses del norte. Por eso, la mayor parte de los musulmanes llegados hasta aquí eran militares y familiares de estos. El resto de la población era autóctona, hispanorromanos que se convertirían en mozárabes.
En La Corona los musulmanes construyeron la zuda -la fortaleza defensiva-, las mezquitas, el caserío y un recinto amurallado. Fuera de él, hacia el sur mirando al río Arba de Luesia, se ubicó el barrio muzárabe donde se instaló la poca población hispanorromana que permanecía en Ejea, toda ella de religión cristiana. Los musulmanes les permitieron conservar sus tradiciones y cultura, siempre que pagaran los impuestos establecidos. En una zona apartada hacia el norte, donde hoy está ubicado el barrio de Las Eras, se encontraba el cementerio musulmán.
Los musulmanes desarrollaron su actividad económica en la agricultura, aprovechando al máximo las posibilidades del regadío. Extendieron el sistema azud-acequia en las zonas paralelas a los ríos Arbas, en la zona de Bañera junto al Arba de Luesia y en lo que hoy se conoce como la Huerta Vieja. Cerca de ella estaba la Almozara, una zona llana para ejercicios militares, y próxima a ella un manantial de agua, que ya en época cristina se bautizó como Fuente de la Almozara. Hoy es más conocida como Fuente de Bañera.
En esta época, la importancia de Ejea residía más en el aspecto estratégico que en el socioeconómico o demográfico. Ejea era el asentamiento musulmán más al norte respecto a los focos de resistencia cristianos del Pirineo. El interés que los reyes cristianos mostraron por ella fue temprano. En los años 907-908 el rey pamplonés Sancho Garcés I ya quiso arrebatarla a los musulmanes. En el año 1091, Sancho Ramírez lo volvió a intentar sin éxito. Pero en el año 1105 los musulmanes de Siya no pudieron soportar el empuje del rey Alfonso I el Batallador. Ese año los cristianos la conquistan de forma definitiva: de Siya musulmana pasó a ser la Exea cristiana. Para la conquista de Siya, Alfonso I debió aunar tropas aragonesas y seguramente, pamplonesas y ultrapirenaicas de Bigorra y el Languedoc. El primer tenente nombrado por el rey de la Exea cristiana fue Lope López.
Cinco años después de su conquista, Alfonso I el Batallador le concedió a Exea su Carta Puebla. Era el año 1110. Se trataba de un instrumento legal a través del cual se establecieron los límites territoriales y se arbitraron una serie de normas jurídicas para los nuevos pobladores. Hay que decir que en las tierras ejeanas no quedó ningún musulmán y que el rey de Aragón lo que pretendía era atraer nuevos pobladores, y más en un momento en el que los Almorávides acuciaban al Reino de Aragón. En la Carta Puebla o de Población el rey otorgaba numerosas ventajas a los pobladores de Exea: tenían derecho a roturar cuantas tierras deseen, y pasados un año y un día tierras y casas quedarían en propiedad del ocupante; los merinos del rey (oficial real, encargado de cobrar tributos y ejercer la justicia) no podían actuar en Ejea; los ejeanos y sus propiedades (casas y tierras) serían libres de pleno derecho y no estarían sometidos a señor feudal ni habrían de pagar rentas señoriales; y, además, obtendrían diferentes ventajas judiciales.
La Carta de Población ejeana se complementó con otras disposiciones que terminaron por completar el conjunto de privilegios de la villa. En 1124 el rey concede a Ejea derecho pleno sobre las aguas de los Arbas y la posibilidad de realizar acequias o azudes. Y en 1134 Ramiro II dotó a la población de la salina de La Penella.
A cambio de todo esto los ejeanos estaban obligados a mantener una fuerza militar permanente, dispuesta a defender la villa. Se establecieron dos categorías: caballeros y peones; los caballeros recibían el doble de tierras que los peones, y en mejores lugares. Con estas disposiciones el monarca da estatuto de infanzonía a los ejeanos, equiparándolos con la nobleza, ya que en esos siglos la libertad personal y el ejercicio de la guerra eran rasgos distintivos de los hidalgos.
Además de los pobladores cristianos, Exea se nutrió con la llegada de los judíos, un pueblo muy importante dentro de la Historia de la Corona de Aragón. Los judíos gozaban de no pocos privilegios, los cuales estaban tutelados directamente por el rey de Aragón. Las noticias sobre los judíos ejeanos son abundantes. Por ejemplo, en el año 1208, Pedro II de Aragón les concedió el Castillo de Ortes y los espacios adyacentes con la intención de que los poblaran, todos ellos en el barrio de La Corona.
Las disposiciones de la Carta de Población de Ejea tuvieron tal notoriedad que generaron un tipo de foralidad y legislación propios en el Reino de Aragón: los Fueros de Ejea. Estos se aplicaron a otras poblaciones y grupos de gentes, a veces con la misma intención de mantener una fuerza armada en una zona fronteriza o como mera concesión de libertad personal.
El espacio que los nuevos pobladores cristianos y judíos ocuparon sobre el territorio fue el antiguo ámbito de la Siya musulmana, localizado en el actual barrio de La Corona. Es, pues, en este periodo medieval cuando se produce el desarrollo de su urbanismo y donde toma carta de naturaleza Ejea como espacio urbano. En el vértice centro-este de La Corona se afianzó un recinto amurallado que reaprovechaba la zuda musulmana. En ese recinto se estableció la Abadía, sede de los monjes franceses de Selva Mayor, que se encargaron de la cristianización y de recaudar los diezmos. Junto a la Abadía estaba la iglesia de San Juan, primer edificio cristiano tras la conquista, que reocupó la anterior mezquita. Alrededor de este espacio defensivo-religioso, se comenzó a reocupar el caserío musulmán y a construir otro nuevo.
La construcción de la iglesia de Santa María, que se consagró en 1174, es el elemento fronterizo de la primera expansión demográfica y urbanística cristiana, pues se ubicaba en la zona oeste de La Corona. Este momento coincide con la construcción de la primera muralla medieval cristiana, la que recorrió todo el contorno sur de La Corona, desde la calle Cantamora hasta la Torre de la Reina, pasando por los Carasoles y la calle Tajada. Dentro de este primer anillo defensivo, junto a las casas de los ejeanos, estaría el barrio judío, el palacio real de Jaime II, el cementerio en los alrededores de la iglesia de San Juan primero y de la iglesia de Santa María después y la Torre de la Reina, encastrada en la propia muralla. Esta primera muralla tenía entrada por tres puertas y se cerraba al norte con un enorme precipicio natural, que cae sobre el río Arba de Luesia y que hoy se llama Cantera de San Gregorio.
El aumento de población que experimentó Ejea en la primera mitad del siglo XIII instó a los pobladores a construir casas fuera de la primera muralla y a desparramar el caserío hacia el sur, hacia la tierra llana. Ya había un barrio mozárabe extramuros, por eso no es de extrañar que la construcción al este de la iglesia de San Salvador, consagrada en 1222, estuviera en sus proximidades. La ermita de la Virgen de la Oliva al oeste cerraba el perímetro de este momento de expansión.
Una segunda muralla se trazó más tarde, entonces siguiendo la actual línea que marca el Paseo del Muro. La puerta de Zaragoza, junto a la iglesia de San Salvador, la puerta de acceso a la Plaza (la actual Plaza España) por la calle Toril y la puerta de Huesca, al comienzo del Barrio Huesca (hoy calle Ramón y Cajal) eran los puntos de entrada a este trazado urbano.
Fuera del caso urbano medieval, existían diversas ermitas: San Matías, San Sebastián, San Pedro …. Lo demás eran huertas junto a los Arbas, campos de cereal en el secano y monte para el ganado ovino y para la explotación forestal. Y de fondo, el gran espacio natural de La Bardena.
Durante la época medieval Ejea fue protagonista de hechos trascendentes. En 1265, Jaime I el Conquistador convocó Cortes aquí, en las cuales se acabó de modelar la figura del Justicia Mayor de Aragón, que debía dirimir las disputas entre la monarquía y la nobleza. Hoy, la figura del Justicia está recogida en el Estatuto de Autonomía de Aragón como el defensor de los derechos de todos los aragoneses.
Los reyes de Aragón, desde Alfonso I, fueron dando y confirmando los fueros y privilegios de Ejea: derechos sobre la explotación de las aguas de los ríos, exenciones fiscales, derecho de escaliar, privilegio de infanzonía, etc.
La Baja Edad Media recoge dos momentos claves para Ejea y para los ejeanos: el apoyo a los Unionistas en su disputa con el rey Pedro IV de Aragón (1348) y la incorporación definitiva a la Corona de Aragón, además del derecho de infanzonía concedido por Alfonso V (1428).
HISTORIA MODERNA
De la Baja Edad Media salió la villa de Ejea de los Caballeros fortalecida, protegida por el rey, confirmados todos sus privilegios y posicionada como un enclave estratégico para la Corona de Aragón. Los siglos XVI y XVII fueron tiempos de crecimiento para Ejea, aunque siempre tuvo que luchar contra un medio natural hostil y duro. Tierra, agua y defensa de sus privilegios reales fueron los ejes que vertebraron la vida de la villa en esta época. Pero Ejea no imaginaba que este glorioso y esperanzador arranque de época se tornaría en trágico y frustrante al final de la Edad Moderna, en el siglo XVIII. Una guerra, un cambio dinástico y una epidemia lo cambiaron todo.
En un tránsito de tres siglos Ejea de los Caballeros pasó del esplendor de la villa protegida por la Corona de Aragón durante doscientos años (siglos XVI y XVII) a la penumbra de la enfermedad y el ostracismo político en el XVIII. Fue un periodo que, como todo en la vida, tuvo luces y sombras. Fue un tiempo en el que el desarrollo de Ejea estuvo vinculado directa e indirectamente a la Historia de España, y a la de Aragón dentro de España.
Durante los siglos XVI al XVIII vivió Ejea de los Caballeros un periodo de esplendor socioeconómico, de auge de su patrimonio artístico y de afianzamiento político como uno de los núcleos de población más importantes de Aragón. Ser una villa de realengo, configurar a los ejeanos como hombres libres, tener unos privilegios consolidados y contar con unas inmensas extensiones de monte comunal le dotaron de unas herramientas utilísimas para experimentar un desarrollo completo.
Todo esto permitió el crecimiento urbano, que expandió el asentamiento de la población desde La Corona hacia el sur, desparramándose por la colina hacia la tierra llana, hacia lo que hoy es el Paseo del Muro. Los siglos XVI y XVII fueron un tiempo donde se construyeron las principales casas-palacio de Ejea (de típico estilo aragonés), sobre todo en el eje calle Mediavilla-Plaza-Barrio Huesca (hoy calle Ramón y Cajal).
Fue una época donde se levantaron edificios religiosos (convento de los Capuchinos, convento de las monjas de la Orden Tercera de San Francisco y portada oeste de la iglesia de Santas María); donde se promovió mucha obra civil (reconstrucción del Puente de San Francisco, construcción de las fuentes públicas de Rivas y Farasdués, construcción de las escaleras de la Plaza); y donde se avanzó en espacios para la educación (Estudio de Gramática y Dialéctica). En 1545, el Arzobispo de Zaragoza, Hernando de Aragón, ordenó la apertura de capillas en la iglesia de San Salvador, muchas de ellas costeadas por familias ricas de Ejea.
El hecho de ser una de las villas más importantes de Aragón lo confirma el que en 1527 el rey Carlos I visitara Ejea, reafirmándole todos sus privilegios y el derecho de infanzonía. La defensa de sus Privilegios fue una constante para Ejea y los ejeanos. Buena muestra de ello es el llamado Libro Rojo, donde se recopilan los privilegios reales de la villa de Ejea desde 1110 hasta 1585, los cuales fueron confirmados por Carlos III en 1767.
La organización municipal de Ejea se explicitó en las “Ordinaciones Reales de la Villa de Exea de 1688”, un compendio de normas que regulaban tanto el funcionamiento del ayuntamiento como de las actividades de los ejeanos. Las fiestas, la ordenación de los cultivos, la organización interna del ayuntamiento o el funcionamiento de la ganadería eran algunos aspectos recogidos en las Ordinaciones.
Pero Ejea no imaginaba que este glorioso tránsito de los siglos XVI y XVII se tornaría en trágico y frustrante al final de la Edad Moderna, sobre todo en un siglo nefasto, el XVIII, que comenzaba con la Guerra de Sucesión y terminaba con la epidemia de El Voto.
En la Guerra de Sucesión (1701-1713), la villa de Ejea se postuló, por diferentes motivos, al lado de pretendiente de los Austrias, el Archiduque Carlos de Habsburgo. Este apoyo no le salió gratis a Ejea. Felipe V, el contrincante borbón, por medio de las tropas comandadas por el Marqués de Saluzo entró en Ejea el 19 de diciembre de 1706, causando a su paso la destrucción de vidas (240 muertos), viviendas (152), patrimonio (murallas, Convento de los Capuchinos) y cosechas (64 yuntas de arar). Este hecho provocó una profunda crisis demográfica, social y económica en Ejea. A ella se unió la humillación de verse arrebatada de la capitalidad del Corregimiento de las Cinco Villas, que Felipe V dio a Sos del Rey Católico en recompensa por su fidelidad, Además, se abolieron todos los fueros e instituciones aragonesas, asimilándose el sistema administrativo a Castilla.
Las consecuencias demográficas, económicas, sociales y patrimoniales de la Guerra de Sucesión fueron muy graves. Buena parte del siglo XVIII se caracterizó por la lucha de los ejeanos por recuperar el vigor de una villa que había sido castigada de una manera muy dura. A ello había que añadir un medio natural también muy hostil, con inclemencias meteorológicas, desastres naturales, malas cosechas, escaseces de alimentos y enfermedades periódicas. Este panorama acompañó a los ejeanos gran parte del siglo XVIII y generó un clima constante de crisis.
Cuando Ejea empezaba a recuperarse del varapalo que le supuso las consecuencias de la Guerra de Sucesión, se produjo una epidemia infectocontagiosa entre 1771 y 1773, que provocó 335 muertes (la mayoría niños) y el colapso de la economía y sociedad ejeanas. Esta epidemia, finiquitada según la tradición y creencia de aquellos ejeanos por la intermediación de la Purísima Concepción de María, generó la festividad de El Voto, que todavía hoy se celebra en Ejea de los Caballeros todos los 14 de enero como fiesta local oficial.
Durante la Edad Moderna, la principal actividad económica de Ejea de los Caballeros fue la ganadería ovina. Los ganados de ovejas y corderos formaban parte del paisaje agrario de Ejea en estos tiempos. Esa ganadería ovina tuvo dos modelos de explotación diferenciados en el tiempo.
En los siglos XVI y XVII predominó una ganadería ovina basada en la trashumancia. Desde los valles pirenaicos del Roncal, Salazar, Ansó y Hecho, los dos primeros navarros y los dos segundos aragoneses, los rebaños de ovejas bajaban durante el invierno a las llanuras de Las Bardenas ejeanas y de la Corralizas de Propios, para retornar en verano a los frescos pastos de la montaña. La existencia de este sistema ganadero trashumante generó la presencia en Ejea de importantes propietarios navarros y del norte de las Cinco Villas. Incluso una de las cañadas o cabañeras más importante de Ejea se llamó “de los roncaleses”.
Pero de mediados del siglo XVIII en adelante la ganadería trashumante decayó en beneficio de la expansión de una cabaña propia ejeana, que ya no se movía del municipio en todo el año. A finales del siglo XVIII el 75% de los ganados eran estantes en Ejea, mientras que el 25% seguían siendo trashumantes. Y la mayoría de los propietarios ya eran locales, ejeanos vecinos de la villa, y no ganaderos forasteros, como había ocurrido en los siglos anteriores.
Hubo también una importante Casa de Ganaderos, que organizaba el funcionamiento de los ganados, articulaba el poder de los grandes propietarios y defendía sus intereses, sobre todo frente al Ayuntamiento de Ejea, dueño de los principales pastos.
Junto al ovino destacó también la crianza de reses bravas, sobre todo durante el siglo XVIII. Las amplias llanuras ejeanas eran el alojamiento perfecto para estos ganados de toros y vacas que pronto alcanzaron fama en los cosos españoles. Muchos de esos toros fueron lidiados por Antonio Ebassun, más conocido por Martincho, el torero que nacido en Farasdués y afincado en Ejea fue inmortalizado por Francisco de Goya.
Las extensas llanuras de Ejea y la existencia de un monte comunal muy amplio, herencia de la condición de villa de realengo, propiciaron el desarrollo de una agricultura de secano dedicada a la “triada mediterránea”: trigo, vid y olivo, en este orden. Esta agricultura era muy frágil, pues dependía mucho de las condiciones climatológicas. En esta época, poco más del 5% del término de Ejea se cultivaba, una extensión mínima teniendo en cuenta la amplitud del término (615 Km2).
Una constante de las gentes que poblaron Ejea de los Caballeros fue la regulación del agua, un bien muy escaso por estos lares. Esa obsesión ya arranca del siglo XVIII. En 1768, un capitán de infantería llamado Juan Mariano Monroy presentó a Carlos III un proyecto quizás inviable económicamente en esa época, pero revelador de lo que pasó muchos años después, en el siglo XX. Dicho proyecto de Monroy pretendía la construcción de un canal de riego que partiendo del río Aragón, y después de regar la llanura cincovillesa, alcanzara a 15.263 hectáreas en total. Fue el germen del Canal de las Bardenas, que vio la luz en 1959.
HISTORIA CONTEMPORÁNEA
Ejea entra en la Edad Contemporánea siendo escenario de las pugnas propias del cambio hacia una sociedad liberal, que se manifiesta especialmente en el siglo XIX, mientras que las contradicciones y deficiencias de este nuevo sistema darán lugar a movimientos y reivindicaciones políticas, que se expresarán en Ejea con mayor contundencia en el siglo XX. La tierra, como recurso básico del municipio, será el eje en torno al cual girarán las transformaciones sociales y económicas, así como los intentos de modernización, que buscarán abrirse camino entre la inercia y el inmovilismo propios del medio rural aragonés. Las comunicaciones y los regadíos, dos centros de interés y de reivindicación para los ejeanos amantes del progreso, han marcado y siguen orientando la agenda de los retos de futuro para el municipio ejeano y su comarca.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) fue la primera de las convulsiones de los años de crisis del Antiguo Régimen. El 1 de junio de 1808 se convocó Ayuntamiento y Junta, y se celebraron misa y rogativas por la victoria sobre los franceses. Al día siguiente se llamó al alistamiento a los varones entre 16 y 40 años, sumándose al levantamiento antifrancés. El Ayuntamiento de Ejea envió a Zaragoza una representación para expresar el entusiasmo del pueblo y pedir el voto en las Cortes recién convocadas. De los poco más de 2.000 habitantes de Ejea, 250 partieron hacia Zaragoza, aunque algunos abandonaron por el camino. Otros ejeanos demostraron su valentía en la resistencia al invasor francés, como Juliana Larena Fenollé, declarada heroína en la defensa de Zaragoza durante los Sitios por parte del general Palafox.
A lo largo de la contienda en Ejea de los Caballeros se produjeron varios enfrentamientos con las tropas francesas, con momentos de dura represión. La guerra esquilmó la agricultura y la ganadería, dejando una villa asolada y sometida a contribuciones que se cobraron con gran dureza. Asimismo, durante las guerras carlistas, Ejea sufrió las consecuencias de la cercana amenaza del carlismo navarro, con repetidos saqueos y grandes pérdidas.
Después de la derrota de los franceses en la Guerra de la Independencia, la situación en las tierras ejeanas volvió a normalizarse. La Restauración, con la regencia de la reina María Cristina volvió a reubicar Ejea internamente. Además, en 1834, se creó el partido judicial de Ejea de los Caballeros, que articulaba al centro-sur de las Cinco Villas.
Con la reforma agraria liberal comenzó el proceso privatizador de la tierra. La desamortización de Madoz en 1855 impuso la venta de los bienes de propios. El ayuntamiento ejeano conservó sus comunes (unas 10.000 hectáreas exceptuadas de la subasta pública) y vendió la mitad de sus corralizas a los ricos ganaderos locales o pirenaicos y a burgueses zaragozanos, que acumularon grandes extensiones.
A ello se sumaron las roturaciones arbitrarias del comunal, posteriormente legitimadas, y las usurpaciones de tierras mediante la inscripción en el registro de la propiedad. A mediados del siglo XIX se inició, con todo ello, un proceso masivo de puesta en cultivo de terrenos municipales que dio lugar a un extenso y prácticamente uniforme paisaje cerealista de secano.
En Ejea, en los dos primeros decenios del siglo XX se produjo un incremento en el proceso roturador de las tierras, que se vio impulsado por acontecimiento políticos, como la neutralidad de España en la I Guerra Mundial (1914-1918) que le arbitró como suministrador de cereal a los países contendientes. De las 5.376 hectáreas roturadas en el comunal en 1906, se pasó a las 11.605 en 1920. Este crecimiento de la superficie cultivada conllevó un aumento en el número de campesinos, de los 709 a los 1.337 en el mismo período, lo que propició el aumento demográfico y el peso de la actividad agrícola en la economía ejeana.
Al nacimiento de las grandes superficies de cultivo se unió, a principios del siglo XX, los avances técnicos como el arado bravant, los abonos químicos y la mecanización, dando paso a una especialización agrícola cerealista que generó riqueza en la zona y aumentó la producción agraria. Ejea fue pionera en la importación de maquinaria agrícola, acompañada de exhibiciones y demostraciones de máquinas como las cosechadoras, trilladoras y tractores. Los talleres locales se especializaron en la reparación de esta maquinaria, después se convirtieron en representantes o sucursales de grandes firmas para su comercialización, y, con el tiempo, en empresas fabricantes de primer nivel a escala nacional. Esta pujanza de las empresas fabricantes de maquinaria agrícola persiste en la actualidad, en pleno siglo XXI.
La puesta en servicio del tren Sádaba-Ejea-Gallur en 1915 permitió la exportación de los excedentes agrarios, hasta entonces dificultada por el aislamiento debido a la casi inexistencia y mal estado de las carreteras. Favoreció la salida de cereales y remolacha, y la llegada de abonos minerales, siendo un motor de desarrollo para la agricultura y la economía de la zona. Dejó de funcionar en 1970, cuando perdió rentabilidad por ser de vía estrecha y no poder competir con los camiones. La estación del tren fue pieza clave en la planificación urbanística del Ensanche y en sus inmediaciones se levantó el matadero municipal y el granero de cereal.
Todo ello, unido al nacimiento de las industrias harineras y la utilización de la maquinaria agrícola, propició en Ejea una etapa de modernización a comienzos de siglo. Vinculado al crecimiento agrario se produjo un aumento poblacional, protagonizado principalmente por la inmigración de gentes del entorno y, ya en la década de los años veinte, Ejea consolidó su primacía demográfica en la comarca.
La proclamación de la Segunda República en Ejea el 14 de abril de 1931 dio paso a una etapa de una gran efervescencia política y social. En las elecciones municipales de 1931 ganó la candidatura de conjunción republicano-socialista, lo que supuso una gran novedad en el panorama político local.
Con la II República se puso en marcha en Ejea un amplio programa de reformas sociales y económicas. Entre ellas, destacaba la recuperación para el municipio de las tierras del comunal ejeano usurpadas por algunos terratenientes y la roturación de tierras comunales, para paliar así las penurias de una importante masa de campesinos. Otros temas que preocupaban al ayuntamiento ejeano eran las infraestructuras y la mejora de las comunicaciones, con la construcción de carreteras. Un anhelo que se esperaba cercano era la llegada del riego a los secanos, con el inicio de las obras del Canal de las Bardenas en 1933.
En Ejea, en 1932 se inauguró la Escuela de las Niñas y en 1933 la primera escuela del barrio de La Llana. En 1936 se adjudicó la construcción de la Escuela de Niños y el ayuntamiento republicano se implicó en conseguir un centro de Segunda Enseñanza para la villa, ofreciendo para su instalación la segunda planta de la casa consistorial estrenada en 1931.
Tras la Guerra Civil comienza la etapa del franquismo. A partir de 1959, con los gobiernos tecnocráticos, comenzó una etapa de fuerte crecimiento económico, con unas nuevas directrices de apertura al mercado y a los países del entorno. En Ejea, aquel 1959 fue un año especial, por lo que supuso para la recuperación local la inauguración del Canal de las Bardenas. A pesar de la gran superficie agraria del término municipal, la falta de agua y la irregularidad de las precipitaciones hacían incierta la cosecha anual y generaban una economía enormemente fluctuante y vulnerable.
En 1879 el Ayuntamiento de Ejea había inaugurado ya el pantano de San Bartolomé, ampliando los regadíos tradicionales. Distintos proyectos plantearon a lo largo del tiempo la utilización de las aguas del río Aragón para irrigar las llanuras ejeanas. El proyecto de construcción del pantano de Yesa, aprobado en 1926, debía permitir almacenar el agua necesaria. La construcción del Canal de las Bardenas se proyectó antes, en 1924, pero las obras se iniciaron en 1933 y se paralizaron con la Guerra Civil, inaugurándose el primer tramo del canal finalmente en abril de 1959. Culminaba así el largo proceso en la llegada del agua a Ejea, que hubo de atravesar diversas etapas políticas, con la aprobación del proyecto del Canal de las Bardenas en el reinado de Alfonso XIII, el comienzo de las obras en la II República bajo el gobierno de Manuel Azaña y su inauguración oficial con la visita a Ejea de Francisco Franco.
La puesta en riego de miles de hectáreas conllevó la construcción por el Instituto Nacional de Colonización de seis nuevos poblados. A los tres primeros, Bardenas, El Bayo y Santa Anastasia, les seguirían Pinsoro, Valareña y El Sabinar, distribuidos de forma regular por la nueva superficie del término municipal ejeano, regada por el Canal de las Bardenas. Estos nuevos asentamientos se sumaron al núcleo histórico de Rivas y, con la incorporación de Farasdués en 1973, completan los ocho pueblos que junto a la villa de Ejea forman su término municipal en la actualidad.
La llegada del ferrocarril (1915) y la inauguración del Canal de las Bardenas (1959) fueron dos hitos del siglo XX que impulsaron la economía y el desarrollo urbano de Ejea de los Caballeros. A partir de entonces, el casco urbano de Ejea se amplió con la zona del Ensanche, siguiendo un modelo ordenado de plan urbanístico que ha dado lugar, con el paso de los años, a un crecimiento sostenible del trazado de la ciudad.
Todo este tránsito histórico ha llegado hasta nuestros días, y hoy Ejea de los Caballeros es uno de los principales municipios de Aragón. Un lugar con gentes, los ejeanos y ejeanas, siempre con los brazos abiertos para recibir al que viene de fuera.
(*) Esta reseña histórica se nutre de un resumen del libro Historia de Ejea, cuyos autores son Carmen Marín, Elena Piedrafita, José Luis Jericó, José Antonio Remón y Marcelino Cortés.